“Tengo el depósito vacío”. Con esta metáfora, la primera ministra neozelandesa dejaba su puesto. Y es que Jacinda Arden ha retomado el debate de cómo la vida pública penaliza a las mujeres.
El caso de Jacinda Arden
“He dado todo de mí para ser primera ministra, pero también me ha costado mucho. No puedo ni debo hacer el trabajo a menos que tenga el depósito lleno más un poco de reserva para esos desafíos no planificados e inesperados que inevitablemente se presentan”. Este es un extracto de la declaración donde Jacinda Arden anunciaba que dejaba de ser primera ministra de Nueva Zelanda por motivos personales.
Se trata de una política joven, con unos índices de popularidad inimaginables para un líder en esta época. Se enfrentó a la pandemia, al mayor ataque terrorista y xenófobo del país y su imagen salió reforzada. Su gestión, basada en la empatía, ha sido aplaudida en todos los continentes. Entonces, ¿por qué dejar el cargo en medio de su mandato?
Su maternidad o su aspecto, en el punto de mira
La renuncia de Arden pone sobre la mesa el síndrome de burnout, el desgaste laboral, por un lado, y cómo la política o la exposición pública ‘quema’ más a las mujeres que a los hombres. En resumen, cómo la vida pública penaliza más a las mujeres. Por un lado, la presión a la que ha sido sometida por todas las crisis que ha pasado su mandato están ahí. Y, por otro lado, están todas las críticas que ha recibido como mujer y como política joven.
Para empezar, cuando se supo que estaba embarazada, se puso en duda que pudiera hacerse cargo de las tareas del cargo en ese estado. Su edad —en su momento, la jefa de Gobierno más joven del mundo con 37 años— también hizo que recibiera críticas. Su vestimenta, su pelo o su maquillaje —como le ha pasado a muchas otras mujeres en política— también ha recibido comentarios. Y su estilo en política: la empatía. Lo que muchos han definido como ‘debilidad’, otros han reconocido que ha funcionado. Y es que muchos piden a las mujeres políticas que acaten el estilo agresivo de muchos políticos.
Conciliación, más imposible en política
Jacinda Arden no es la primera en dimitir también por una dificultad: la de conciliar. En 2001, Anne-Marie Slaughter rompió el tabú dejando un alto cargo en el Departamento de Estado de los EE.UU. por no poder compaginar este duro trabajo con el cuidado de su familia. Una decisión que despertó duras críticas, incluso de su jefa directa, Hillary Clinton. Lo contó en un célebre artículo en The Atlantic, que lleva el revelador nombre de “por qué las mujeres aún no pueden tenerlo todo”, decía Slaughter recordando cómo la vida pública es más difícil para las mujeres.
Entre el reconocimiento por ‘valentía’ y la incomprensión, como le ha ocurrido a Arden, está el caso de la gimnasta Simone Biles. En su caso, la conciliación imposible era la de su carrera de deportista de élite con su salud mental. “Tenemos que proteger nuestras mentes y nuestros cuerpos. Es más importante la salud mental que el deporte ahora mismo”, reconoció abiertamente.
Elegir, cuidar o trabajar
Laura Baena, conocida como Malamadre, reaccionaba a la situación de Arden explicando que la solución para las mujeres que no llegan a todo sigue sin llegar. “El caso es que o renuncias o no concilias, así de simple. No hay opción. Las mujeres, las madres (y también los hombres que quieren cuidar) fuera. No somos válidas.”, escribe. “La sociedad va a aplaudir tu decisión, vistiéndola de «elección libre» para no destapar la mentira de un sistema que nos arrastra al colapso, que da la espalda a los cuidados, a la vida, al descanso”, denuncia.
Y es que la conciliación sigue sin llegar a las que más lo necesitan. Ya sea la legislación, ya sea el propio interés de las empresas, las medidas que impulsan la conciliación son insuficientes. Son muchos los estudios que demuestran que la conciliación y la flexibilidad ayudan a producir más e incluso es considerado el mejor salario emocional al que un trabajador o trabajadora quiere llegar.
Jóvenes y el modelo de masculinidad tóxica en el trabajo
Según muchos analistas, este rechazo a que el trabajo asalariado sea lo más importante está calando cada vez más en la juventud. No solo en las mujeres profesionales. Empezando por el fenómeno conocido como ‘la Gran Renuncia’ en EEUU. Jóvenes profesionales, sobre todo en el mundo de las asesorías, han renunciado a sus puestos de trabajo recientemente. Trabajos muy bien pagados pero con unos horarios de 12 horas diarias y disponibilidad máxima.
Para muchos y muchas analistas se trata de un cambio de mentalidad. El trabajo no es lo primero. Ni el poder, en el caso de la política. La realización personal, la salud mental o el tiempo con la familia elegida, están muy por encima en el listado de prioridades. Esto rompe con el «modelo de masculinidad» que siempre ha impuesto a los hombres —y luego a las mujeres en lo laboral— a no quejarse. A no decir que algo es demasiado, a no reconocer que están desbordados. Todo ello está detrás de muchas renuncias, pero también de casos más dramáticos como depresiones o incluso suicidios.
Laura L. Ruiz, periodista experta en igualdad