
Estos últimos meses, en los que cada día nos hemos levantado con un recorte más y una ayuda pública menos, me ha dado por pensar si las voy a echar tanto de menos. Seguro que a muchas personas les va a afectar muy directamente todo lo relacionado con las limitaciones en la ley de dependencia, como ya escribí en otro post, porque a veces esos escasos euros marcan la diferencia entre vivir con dignidad o malvivir.
Pero yo soy de las que siempre me he escapado de todas las ayudas económicas inventadas, a veces por pasarme de nivel y a veces por no llegar y me ha tocado pagar todos los recargos posibles, aunque más de una vez haya tenido que pedir dinero prestado para hacer frente al resultado de la declaración de la renta, que te penaliza si has tenido más de un trabajo en un año, aunque lo necesitaras para sobrevivir. Ya sabéis, esa sensación de estar en tierra de nadie, en medio de todos, y de poner la cara por las dos mejillas.
Total: que cuando me fui a vivir de alquiler no existían desgravaciones para los inquilinos, cuando las introdujeron, me compré un piso (ahí sí me he desgravado algunos años, no voy a mentir), ahora que necesito uno más grande porque en el miniapartamento no cabemos con la familia creciente, la vuelven a eliminar. Becas no pillé ni una porque mis padres se pasaban del tope de renta (es lo que tiene ser clase media-media pero con nómina hipercontrolada) ni nunca me subvencionaron un verano en Inglaterra para estudiar inglés, aunque tenía que ver cómo mi vecino se iba todos los años casi gratis mientras presumía de lo rico que era su padre.
Y más adelante, cuando solicité plaza en una escuela infantil pública para mi hijo, no pude conseguirla por dos razones de peso:
– superaba el nivel de renta (tenían en cuenta el del año anterior, aunque en el momento de solicitarla mis ingresos fueran menos de la mitad)
– no estaba trabajando fuera de casa (precisamente necesitaba la plaza para poder buscar trabajo, porque ¿cómo te vas a incorporar a ningún puesto si no tienes donde dejar al niño? Es un círculo vicioso, esto de la conciliación).
Así que ahora, cuando sigo oyendo que los hijos vienen con un pan debajo del brazo, me da por reír. Y es que lo peor no es cuando nunca recibiste ayudas (al principio, muy concienciada yo, creía que cuando no me tocaban es porque serían para alguien que las necesitara más), sino cuando por fin llega una (la de los 2.500 euros por hijo) y de repente desaparece (porque no me negaréis que ha durado un suspiro). Es como decirte “venga, disfruta por una vez, pero sólo una, no te vayas a acostumbrar. Si total, para la segunda criatura te apañas con la ropa de la primera”.
Ya he dicho en otras ocasiones que el reparto del cheque-bebé me parecía francamente mejorable, pero es que un país en que los apoyos a cualquier estructura familiar o son ridículos o brillan por su ausencia, eliminarlo de un plumazo es como talar la única palmera del desierto.
La parte positiva es que a lo mejor ésta es una buena oportunidad para plantearse por fin una política de atención a la infancia con pies y cabeza, integrada y no a golpe de medidas aisladas, que tenga en cuenta, más que los cheques, una organización de los tiempos laborales, de los servicios públicos y hasta de los horarios comerciales, que atienda tanto las necesidades de los que nacen como las de los que ya estamos aquí, que comprenda el valor de los servicios a las personas en la economía y en la vida.
Es un decir.
Nota: La foto la he tomado prestada del blog xeviramon.blogspot.com, de Triticum, pan con sabor auténtico.
4 Comentarios
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Pues no ha dicho Vd. nada. Menudo lío con las ayudas, los límites, las excusas, los papeleos, el que trabajen los dos padres y se pasen de cuantía económica o estén en paro y te digan ¿para qué la guardería?
Pero el tiempo lo dirá… -
Pues sí, efectivamente, son un lío. A veces parece que es más fácil que te toque la lotería que una escuela infantil pública. Esperemos que si el tiempo dice algo, quien corresponda escuche y saque conclusiones, pero no será fácil, porque en este país somos duros de oído
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Muy buena informaci
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No solo vienen con un pan debajo del brazo. Vienen con la misma alegría que ningún tesoro material puede igualar.