Consumo responsable, no rebelde

Consumo responsable, no rebelde
19 febrero 2015 Ana Olego

Un estudio elaborado por la empresa MyWord nos obsequiaba hace un par de días con una nueva palabra: «consumidor/a rebelde«.

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Parece ser que el consumidor rebelde —uno de cada cuatro— es el que: no tira la comida a la basura (en buen estado), siente remordimientos al comprar (cosas que posiblemente no necesita), solicita la parte del menú que no se ha podido comer (porque lo ha pagado y porque en otros países, supuestamente más desarrollados, lo hicieron antes y sin necesidad de crisis), intercambia bienes y servicios (uno cose el traje de carnaval, otro monta la estantería de Ikea), compra en comercios de segunda mano (cosas que están en muy buen estado pero a mitad de precio), está dispuesto a vender lo que ya no necesita (en lugar de tirar a la basura cosas útiles), participa en compras colectivas y grupos de consumo (porque además conoce gente y es más divertido), manufactura por sí mismo cosas que antes pagaba (el pan, por ejemplo), utiliza el turismo responsable (en lugar del etílico y de «balcoing«), se preocupa por la ecología, etc. Añade el estudio que este cambio tiene su causa en la crisis económica, pero hay  quién relaciona esta forma de consumo, más equilibrada y responsable, únicamente con la precariedad de los salarios. Esto no tiene porque ser exactamente así.

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Antes de la crisis ya habíamos aprendido a reciclar en los diferentes contenedores de colores (envases, papel, materia orgánica, vidrio, pilas y aceites), habíamos descubierto que hay un sitio, cercano a nuestro domicilio, que se llama «Punto Limpio«, entregábamos la ropa pasada de moda a Cáritas o Cruz Roja, nos lo pensábamos dos veces antes de darle al botón «imprimir», reciclábamos el papel impreso en una sola cara, soñábamos con el coche eléctrico, reutilizábamos las bolsas de la compra o la usábamos de papel, buscábamos libros en las bibliotecas y no siempre en las librerias, etc.

La crisis nos ha impuesto su propio programa de responsabilidad social. Por todo ello, parece que más que de consumidor/a rebelde (quien falta a la obediencia debida) habría que hablar de consumidor responsable (quien pone cuidado y atención en lo que hace). Más que rebeldía es racionalidad, ¿no?

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Esta tendencia sobrevivirá a la crisis, pero no sólo porque seamos más pobres sino también porque nadie quiere llevar puesta una prenda hilada con sangre, que te corte el pelo quien trabaja diez horas pero al que sólo le pagan seis, ser atendido por una camarera a la que obligan a vestir de forma «sexy», que nuestra casa haya sido construida por quien no contaba con el arnés, que despidan a una amiga por estar embarazada o que la única alternativa a la movilidad sea el «coche por persona» porque las líneas de transporte público son insuficientes y deficitarias.

Empresas, tomen nota.

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