Tener un empleo supone ganar dinero y ser más independiente. Sin embargo, acceder al mercado laboral no es fácil, sobre todo, para las mujeres.
La discriminación de las mujeres en el empleo es un hecho evidente que aún persiste en nuestros días. Ellas tienen menos oportunidades: ocupan puestos de inferior categoría y tienen más dificultades de acceso, de ascenso, de permanencia y de tener las mismas condiciones laborales. Protagonizan, además, los trabajos más precarios y cobran menos por igual o similar trabajo. También, de cada dos personas que trabajan en la economía sumergida, dos son mujeres. A ello hay que añadir que el paro también se ceba con ellas.
Más complicado resulta aún para las mujeres con hijas o hijos. La falta de corresponsabilidad les lleva a asumir casi en exclusiva el cuidado del hogar y la familia, desembocando en la doble jornada laboral.
La doble Jornada Laboral
Hablamos de doble jornada laboral cuando nos referimos a la doble carga de trabajo que sufren las mujeres, al tener que compaginar, por falta de corresponsabilidad y conciliación, el trabajo remunerado del ámbito laboral con el trabajo no remunerado del ámbito doméstico.
La doble jornada no solo significa mayor número de horas de trabajo, uno remunerado y otro no. También supone una división emocional entre las exigencias del empleo y las demandas de la familia.
La triple jornada laboral
También existe el concepto de triple jornada laboral, que se acuñó en América Latina para destacar el papel de muchas mujeres que, además de su participación en el mercado laboral (formal o informal), y de asumir los cuidados familiares, participan en asociaciones, sindicatos o movimientos sociales, como asociaciones vecinales, grupos de ayuda mutua, etc. Esta tercera actividad, les implica un enorme esfuerzo, pero es vital para el desarrollo de un mayor bienestar de la comunidad.
Este trabajo continuo provoca que las mujeres tengan pocas posibilidades de desarrollar otras facetas de la vida, como disfrutar del ocio y del descanso. Tienen menos tiempo para si mismas, así como más dificultades para formarse y progresar laboralmente.
Todo ello, en su conjunto, aumenta la predisposición a sufrir accidentes, enfermar o convertir en crónicas las dolencias que ya existen. No obstante, este deterioro de la salud no se manifiesta solo al ámbito físico. También al mental: agotamiento, fatiga, estrés…. Estos riesgos permanecen invisibles. Sus efectos se van acumulando y tienen consecuencias a largo y corto plazo.
Una distribución más igualitaria de las responsabilidades del cuidado, repercutiría positivamente en la salud de las mujeres.
La salud laboral de las mujeres
Sin embargo, los efectos sobre la salud no solo se ubican en la falta de corresponsabilidad y las interminables dobles o triples jornadas. También se dejan notar en la división sexual del empleo.
Consecuencia y causa de los roles y estereotipos de género que aún se mantienen, las mujeres y los hombres protagonizan trabajos diferentes. Ocurre, además, que las tareas que se les asignan a las mujeres tienen menor valor, reconocimiento y prestigio. Así existen trabajos muy feminizados y otros muy masculinizados.
Aquellas profesiones que protagonizan más las mujeres son las de: personal de limpieza, cadenas de montaje, cajeras de supermercado, enfermeras, cuidado de personas mayores y dependientes, maestras, dependientas, peluqueras… Estos empleos exigen: agilidad, atención, concentración y precisión al realizar movimientos repetitivos a gran velocidad, afectando de manera directa a un grupo pequeño de músculos o tendones. Por ende, pueden producir lesiones.
También supone mantener siempre la misma postura como permanecer muchas horas sentada o estar de pie detrás de un mostrador, dando como resultado la monotonía y el sedentarismo. El esfuerzo de mantener la misma postura durante una jornada de trabajo son las causas de diferentes lesiones musculoesqueléticas, es decir, situaciones de dolor, molestia o tensión debidos a algún
tipo de lesión en la estructura del cuerpo que pueden producir alteraciones en los huesos, músculos, articulaciones, tendones, nervios o vasos sanguíneos.
Una de las lesiones más comunes es la artrosis en dedos, manos y muñecas. También son frecuentes los dolores cervicales, dorsales y lumbares originados por malas posturas durante el trabajo a esfuerzos excesivos. A estos problemas se une el estrés laboral con graves efectos sobre la salud.
Todo ello desemboca en una mayor frecuencia en las mujeres a caídas y golpes debido también a la fatiga y a problemas de diseño de equipamiento, generalmente adaptados para hombres, como los medios de protección y seguridad, y al cansancio por la doble y triple jornada laboral.
La importancia de la perspectiva de género como solución
Tener en cuenta estos efectos sobre la salud de la perspectiva de género es imprescindible para poder prevenirlos y actuar sobre ellos. De ello se encargan los reconocimientos médicos. Estos deben ser obligatorios en las empresas, aunque de carácter voluntario para las y los empleados. También es importante que sean específicos, es decir, que no solo tenga en cuenta los aspectos clínicos, sino también las condiciones del empleo desde esa perspectiva de género. Estos reconocimientos tienen que llevarse a cabo en la periodicidad adecuada a las características de riesgo del puesto de trabajo.
Las empresas, además, tienen que promover medidas para estas situaciones. También es importante dar la oportunidad a las mujeres de participar activamente en la toma de decisiones de los órganos sindicales, comités de seguridad y salud, puestos de responsabilidad en las empresas…para que tengan capacidad de exponer sus situaciones de desigualdad y cambiarlas.
Jéssica Murillo, periodista experta en igualdad e intervención en violencia de género.