Una característica de los informativos de los últimos tiempos es su capacidad para sacudirnos la modorra y expatriarnos a los territorios de la incertidumbre. Esta semana el Telediario de la 1 de RTVE nos informaba sobre los avances de la robótica: robots cada vez con mayor autonomía y semejanza a los humanos.
No se puede mirar a la pequeña pantalla sin dejar de pensar si lo que ocurre en «I, Robot«, «A.I. Inteligencia Artificial«, «Blade Runner«, «Terminator» o «Matrix» no tendrá algo de cierto y sensato cuando durante la infancia aprendimos que Cristóbal Colón estaba en lo cierto, que la tierra era redonda; que Darwin fue un gran sabio porque efectivamente los dolores del parto son cosa de la biología y no de la religión; que las teorías de Newton tenían fundamento y que los objetos diseñados por la fantasía de Julio Verne son hoy máquinas de uso cotidiano.
Las revoluciones industriales, ahora residuos de la historia acogidos en museos y documentados en los libros de los escolares, han dejado paso al desarrollo tecnológico. Pero al igual que lo hicieron aquellas antes —desempleo, desintegración familiar, consumismo, colonización tecnológica, deterioro del medio ambiente, espionaje industrial, etc.— la «robotización» no ha venido sólo a acomodarnos en la vida, sino que trae consigo transformaciones sociales y económicas. Estos cambios obligan a realizar un profundo análisis ético, tal y como ya se está haciendo en el campo de la biotecnología. Algo está pasando y es importante cuando lo que se pronuncia son palabras como «robots asesinos«.
Itinerario de la aspiradora robótica «Roomba» (2002)
Todas las noticias sobre este asunto mencionan a la comunidad científica, a los estados y a los organismos internacionales, pero se olvidan de otro agente: las empresas. En el diseño industrial, en la fabricación de sus componentes, en su montaje, en el transporte, en la financiación de proyectos, etc. las empresas habrán de intervenir.
La conclusión que se alcanza es que el desarrollo tecnológico obliga indudablemente a las personas, a los estados y, por supuesto, a las empresas a un fuerte compromiso con la Responsabilidad Social. Un mundo avanzado tecnológicamente habrá de serlo por fuerza en la ética que fundamenta los valores y normas que regulan la convivencia. Tecnología y responsabilidad social se funden en nuevos términos: “roboética”, “ética para máquinas” o “ética computacional” que habrán de dar respuesta a preguntas delicadas: ¿quién es el responsable de los daños causados por un robot? ¿dónde está el límite a su uso? ¿hasta qué punto pueden interferir en la vida privada? ¿tendrán la consideración de bien básico? ¿qué supondrá en pérdida de puestos de trabajo? ¿cómo afectará a la competitividad entre las empresas? en un mapa global en el que las empresas tienen cada vez más poder sobre los estados, ¿qué capacidad tienen éstos para regular la investigación, fabricación y uso? ¿serán las futuras empresa más robotizadas y menos humanizadas?. En nuestra mano está la respuesta…